Supongo que decir que no soy
devoto de Nicholas Sparks y luego comentar que es la tercera novela suya que
leo y que, al menos, ya tengo otra pendiente de leer puede sonar como un
contrasentido pero es cierto.
No es un autor que busque leer
incesantemente ni uno de los que “me alegra el día”. Su forma de escribir me
parece bastante normalita, sus temáticas tampoco son algo excepcional y, seguro
que para más de uno, sus obras son “para chicas”.
Puede que todo lo dicho antes sea
cierto pero hay momentos en los que no me importa coger una de sus novelas y
leerla. Y hablo de sus novelas porque de las películas que las adaptan sólo he
visto dos: “El diario de Noah”, que me encantó y “Un lugar en el que refugiarse”,
que vi el fin de semana pasado y que me ha llevado a leer la novela.
Y es que llego a esta novela
buscando una obra que pudiese interesar a una amiga que lleva una temporada
desenganchada de esto de la lectura y que, le ponga lo que le ponga delante, no
consigue arrancar. Unas porque le recuerdan el día a día y otras porque ese
mismo “día a día” le impiden centrarse en lo que lee.
Por eso, cuando vi la película
protagonizada por Josh Duhamel y Julianne Hough pensé en ella y en que era
posible que le gustase. Incluso que le ayudase a liberar algo de tensión.
Porque si algo tiene Nicholas Sparks es que es capaz de tocar la fibra
sensible. El problema es “el cuanto”, porque en según que momentos y con según
que temas es un autor capaz de magnificar tus problemas y hacer que te comas
muuuucho la cabeza.
Eso ha hecho que cogiese la
novela con ganas (y cierta prisa) con la idea de confirmar que la sensación que
me causó la película era real y que la novela, con algún toque de amargura
inevitable, no era un dramón épico de esos que te dejan incapacitado en la cama
durante varias horas porque Menganito ha muerto y Frutanito más que una vida
tiene un “vidón”.
De haberme encontrado con el
Sparks que siempre me recuerda, siendo muy malvado, a las películas de Disney,
por aquello de la muerte de un marido o una esposa (más ellos que ellas, todo
sea dicho), creo que hubiese desistido inmediatamente pero, afortunadamente, no
ha sido así.
Sigue siendo una historia de
redención, o de recuperación de valores, o de reencuentro personal. Trata de
gente rota que intenta rehacer su vida pero lo hace con un tono algo más
alegre, más digestivo.
En mis dos experiencias previas “El
cuaderno de Noah” y “El mensaje en una botella”, ambas con adaptación televisiva, me encontré con un cántico
al amor y a la “salvación” personal a través del afecto y el cariño, pero
siempre con un claro toque amargo, como si hubiese que dejar claro que la vida
es un terreno pantanoso siempre dispuesto a hacerte caer cuando menos te lo
esperas.
“Un lugar en el que refugiarse”
tiene un tono algo más amigable, más alegre. Aunque tiene varios pasajes, los
que se centran en el personaje de Kevin, que pueden sacar lo peor de nosotros. No
es fácil estar en el pellejo de un marido maltratador y alcohólico, que se
escuda siempre en su trabajo (policía) para justificar todo. Un recitador bíblico
que siempre encuentra una excusa para justificar su comportamiento, cargando
las tintas contra otras personas, incapaz de reconocer su responsabilidad.
Y sin embargo llega. El mensaje y
sus protagonistas. Quizás sin mucha complejidad, sin sobresaltos, sin grandes
alardes pero marcando bien los tiempos. Mostrándonos el proceso de cura de una
mujer maltratada y como vuelve a encontrar su equilibrio y la paz interior poco
a poco, de forma gradual, casi sin darse cuenta.
No es éste un libro épico. Prefiero
mucho más “El cuaderno” y, es cierto, que me hizo llorar mucho más “El mensaje”,
pero reconozco que precisamente no era eso lo que buscaba, ni para mí ni para
mi amiga. Era un poco de esperanza. Aunque fuese mostrando también las miserias
de otra persona y haya que pagar la penitencia de pasar un mal trago cuando la
atención se desvía de los protagonistas. La idea, intentar recordar que siempre
hay esperanza y algo más por lo que luchar y que, a veces, por injusta que nos
pueda parecer la vida, hay motivos para seguir adelante.
P.D: A diferencia de otras
lecturas del mismo autor, en ésta no he llorado, sólo se me han humedecido los
ojos. Pero es que “el gran giro” o la “gran sorpresa”, el momento más tierno,
es una de las pocas cosas que se han mantenido en la película, por lo que parte
del efecto se ha diluido.
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